Bienvenido a la nueva era, en la que la realidad la decides tú mismo, en cada paso que das y en la que juntos podremos cambiarlo todo. Hoy has despertado aquí, sí, justo aquí, y eres un ser mágico que proviene del umbral del infinito y te has dado cuenta de que eres conocedor de la existencia de un posible destino extraordinario para todos nosotros. También sabes que has venido en un momento muy difícil para la humanidad, a un mundo tenso y distante de sí mismo, al borde del acantilado de una nueva tragedia. Pero eso ya lo sabíamos antes de emprender el viaje; precisamente, por eso estamos aquí, porque, de alguna forma, hemos sido todos convocados. Sí, hubo un llamado para que los "hermanos mayores" vinieran en este preciso momento a ayudar a los que están ya aquí formando parte de una humanidad que transita ese difícil sendero. Tememos el ataque de seres de otro planeta que nos destruyan o esclavicen, que un desastre natural sea el causante de la tragedia exterminadora, pero, sin embargo, somos nosotros mismos, aquí y ahora, los responsables de todo lo que acontece en este tiempo, de todo lo que nos sucede como individuos y seres vivientes. Es cierto que la ciencia también sabe de algo comparable, algo que desarrolla un comportamiento similar durante su existencia lineal y, a pesar de haberlo identificado y batallado por largas décadas, no ha logrado detenerlo todavía. Se trata de un grupo de células que se extraviaron en su camino, olvidando el sentido de su existencia, un olvido tan grave que parece justificar el no reconocer su verdadera función porque se aferraron a una nueva forma de subsistencia, errónea, y no son capaces ya de darse cuenta de lo que están haciendo. Así, se transforma en aquella misma causa que termina por confirmarle su propia e inevitable muerte y lo arrastra a la tumba por su imperdonable extravío. Pero todavía más grave es todo aquello porque, además, junto con él, se lleva a quién le había posibilitado su existencia, aquel con el que fue uno en el pasado, quién le daba cobijo, sentido a su propio existir, a este conjunto de células que hoy nombramos como cáncer. Sí, las células cancerígenas terminan muriendo tras haberlo tomado todo para sí mismas, incapaces de sentir y de compartir su existencia con las demás células. Prefieren morir y eliminarse a sí mismas antes que trascender su propio error o corregir su extravío. Somos ya muchos los que intentamos ayudar a nuestra madre tierra en estos tiempos difíciles, a protegerla de los ataques incesantes de sus propios hijos, que, lejos de comprender el alcance de sus actos, se limitan a obtener todo lo que pueden a su coste y solo para sí mismos por más de que este sea el camino que los dirige hacia su propia autodestrucción. Ahora sabemos de las razones que tiene nuestra Madre Tierra para considerarnos un virus a estas alturas de la evolución. Dicen los grandes maestros q'ero que el solo hecho de haber nacido en este planeta no nos otorga el derecho de ser seres humanos. Llegar a serlo requiere de un gran compromiso y sacrificio, un viaje, un recorrido que produce la transformación necesaria. Podemos elegir vivir experiencias puras y trascendentes, nuestras, aquellas que parecían solo posibles y reservadas para los grandes maestros espirituales de oriente y occidente como Buda, Jesús de Nazaret, Krishna, Lao Tsé. Solo durante el recuerdo se puede transformar el sufrimiento y las maldiciones de un tiempo anterior. No debemos ser ya un virus, una bacteria agresiva o célula cancerígena tratando de sobrevivir a cualquier coste porque esto nos aniquilará a todos en conjunto y sin remedio. Ahora todo debe llegar sin lucha, recordando y aceptando.