La mejor forma de explicar a María José Quesada y su trabajo en literatura infantil es comenzar diciendo: Había una vez....
Y es verdad.
Había una vez un viejo y poderoso castillo oscuro, alzado sobre un mar tormentoso y en la cima de un promontorio donde el viento también era gris. El castillo resguardaba una enorme biblioteca en la cual, los habitantes de aquella fortaleza solitaria, afincada en un mundo inclemente, atesoraban un poco del conocimiento del alma humana.
Hasta sus escaleras y pasillos sectos, un día llegó María Quesada. Quizás, en un comienzo, aquel cielo y aquella oscuridad le parecieron hostiles e impactantes. Los habitantes de la fortaleza no estaban demasiado acostumbrados a la luz, esa luz natural que trae una mañana de sol; que arrastra un arcoíris; o que se percibe en el aire del bosque.
María Quesada les hablaba de todas esas cosas y los adustos e instruidos habitantes en el arte del decir complicado -porque las cosas del alma humana siempre fueron complicadas de expresar- cuchicheaban entre sí.
¿Por qué quiere abrir las ventanas?¿Por qué quiere sembrar azaleas?¿Traerá muchos más conejos al patio de armas?¿Por qué canturrea a todas horas y fabrica pasteles de membrillo?
Todos pusieron empeño en explicarle que allí se hacía culto al conocimiento; que debía aprender los entresijos del decir complicado y amoldarse a esas normas; que los peldaños se suben de uno en uno y no a los saltos. María lo intentó. Si quería vivir en el castillo aquel, donde todos eran sesudos adustos de decir complicado, debía intentar y lo intentó.
El jefe de la guardia era un tipo complejo. Nadie sabía muy bien cómo manejarse con su personalidad, pero todos sabían que dominaba el arte de leer y que por eso era el Jefe de Guardia, y el arte de leer es saber llegar al fondo de las palabras para extraer el barro o salvar a los peces de colores.
Saber armar, en el interior del que tiene ese arte, el arte que quien escribe le ofrece.
Entonces, ese Jefe de Guardia, un buen día, dio su veredicto.
-Señores -dijo, aquel hombre de gesto y carácter difíciles-, nos ha llegado un hada.
María Quesada escribe porque hay sol, porque los árboles son verdes en primavera, porque los ríos se deslizan sobre sus cauces, porque la naturaleza en pródiga y magnífica y hay buenos sentimientos aún por allí, a pesar de las noticias y de los propios hombres.
Su arte es un arte prístino, cercano, lleno de sentimientos y valores que es necesario recuperar para los adultos y sembrar para los niños. La literatura de María Quesada trabaja sobre esa siembra del bien, de la naturaleza sana de las cosas que ocurren, desde la magia y el asombro de lo cotidiano, de lo que está ahí al alcance de hacernos felices y que nadie mira.
Ella, nos lo recuerda o nos lo reenseña desde la candidez sencilla de lo que está bien. Su trabajo se procesa por los ojos de los niños. Hay que enfocar así su obra, con esa misma inocencia y ese mismo despertar a las maravillas con que los niños pequeños aún nos sorprenden y emocionan.
En esas expresiones, vemos florecer el potencial de regresar a nuestro infante interior, de vivificarlo en lo insólito y especial que puede ser el mundo si podemos disfrutarlo desde la pureza y desde la no contaminación que nos ofrece la lejanía de lo natural.
María Quesada escribe sano. Hay en su obra una luz sana, fresca, ingenua, que nos habla de valores e instituciones primordiales del corazón humano.
Como le dijo a esta prologuista alguna vez aquel Jefe de Guardia: María es un hada que escribe para los niños lo que ya deberíamos saber los hombres.
Eva Lucía Armas.