La trama del esta novela de ciencia de ficción está basada en la hipótesis de que Cristo fue restaurado por una intervención directa de una avanzada civilización extraterrestre. Esta teoría toma una fuerza cada vez mayor por estar apoyada por los sensacionales descubrimientos científicos en las últimas décadas.la muestra de creciente influencia de esta postulación es el reconocimiento de la posible existencia de las civilizaciones extraterrestres expresado públicamente por el Vaticano a través de algunas declaraciones de sus clérigos de alto rango: "Se puede admitir la existencia de otros mundos y otras vidas, incluso más evolucionada que la nuestra".El padre José Gabriel Funes, director de observatorio de Vaticano (Entrevista "El extreterrestre es mi Hermano" en "L´Osservatore Romano", 2008). "Los extraterrestres podrían ser los ángeles". El padre Guy Consolmagno, el astrónomo de Vaticano (Entrevista de la BBC, 2009).La novela reconstruye imaginariamente cómo podría ser la relación entre Cristo y el mundo alienígeno. Al mismo tiempo, la autora enfoca la figura del Salvador, tradicionalmente plana, desde un nuevo ángulo, y la llena de la complejidad y el volumen humanos.La novela comienza así Jesús sonreía mientras mordía un tallito de hierba recordando algo que había sucedido el día anterior. Esta mañana él se levantó muy temprano y se alejó del pueblo para meditar y hablar con su Padre celestial, como acostumbraba a hacer desde su adolescencia. Estas conversaciones matutinas, tan íntimas, siempre fueron para él la mejor parte del día. Ahora, en la soledad, su corazón estaba especialmente tierno y dispuesto a obrar para el bien. Así casi siempre él solía sentirse al despertarse en la mañana; luego, en el transcurso del día, a veces pasaba por malas experiencias y al caer la oscuridad se entristecería recordando sus penas. Más abajo la penumbra todavía cubría el vasto paisaje; pero él conocía de memoria las tranquilas y seguras líneas de las mesetas de su natal Palestina y aguardaba el momento cuando el sol iba a sugerir de repente de la tenebrosa nebulosidad y maravillarle, una vez más, con su esplendor. Hoy Jesús estaba demorando en hablar con el Padre. Esta mañana él repasaba en su mente, con gusto, el primer milagro desde el inicio de su vida pública, mostrado por él ayer en una boda en la pequeña ciudad de Caná donde asistió como invitado de honor junto con sus discípulos. El novio ha pedido la presencia de Jesús por medio de Natanael, el oriundo de esta ciudad que recientemente se había convertido en su discípulo. Hacía varios meses que Jesús supo de la aparición de Juan Bautista, hijo de Zacarías, su primo segundo por parte de su madre, a las orillas del río Jordán. El hombre vestido con la piel de camello profetizaba la próxima llegada del Mesías, el Salvador de Israel, anunciada por las Escrituras y ansiado por el sufrido pueblo judío desde hace los siglos. Mucha gente vino al llamado de Juan de arrepentirse de los pecados y preparar sus almas para recibir al Mesías dignamente. Juan bautizaba a sus seguidores en las aguas del Jordán, aceptándoles con este sencillo ritual al nuevo reino del Señor. Al oír sobre Juan y sus profecías, Jesús entendió que su hora había llegado y que el Padre le estaba llamando para cumplir la gran misión para la cual él fue enviado al mundo. Una soleada mañana de primavera, Jesús recogió sus instrumentos de carpintero en un rincón de taller, echó una última mirada a este pequeño mundo que dejaba y que llegó a querer, se despidió de su madre y se marchó a las orillas del río Jordán. María lo entendió todo sin palabras; los dos sabían que ese día llegaría. Pero en el fondo de su alma, ella acariciaba la esperanza de que quizás algo suceda y de que su hijo más querido se quede con ella.