About the Book
Las palabras, son esos asombrosos instrumentos que sirven para re-inventar y asir la realidad. Hablan tanto de lo tangible como de lo intangible, y reproducen con la misma versatilidad la verdad como la mentira; el día como la noche; el mito como la evasión; el canto como el silencio... Esas palabras hoy nos liberan; pero esas mismas palabras también hoy nos condenan...
Son las palabras extraordinarias extensiones de la memoria, de los deseos, de las frustraciones y de los sueños de los hombres. Cumplen con la noble labor de contarnos, de construir relato, historia, memoria y nación. Valen más que las cosas y significan tanto como la vida misma, y, por supuesto, cobran magnífico sentido cuando tienen ritmo, cadencia, movimiento e impecable precisión.
Las palabras orales son volátiles, aladas, efímeras, juguetonas, coloidales, sinuosas, fugaces y bellas. Las palabras escritas se observan duras, perecederas, constructoras, serias, contundentes, verdaderas, severas, incólumes y eternas... Unas y otras son el hombre, son la humanidad, viven, vivieron y vivirán, y por tanto, cuidarlas, mimarlas, definir su preciso talante y, al mismo tiempo, darles libertad, es una misión honrosa y dignificante que se encuentra en esta obra y en su autor.
Las palabras, que sin duda han sido y son el instrumento humano de comunicación y de transmisión simbólica más importante de la cultura y el soporte de ellas mismas, han contado, por fortuna, con serios vigías, con cautelosos centinelas y con modestos custodios que velan por su vida, identidad y evolución. Cuidar las palabras, reconocer su sabor exacto, indagar por su estructura correcta y velar por su ubicación y relación dentro del sistema de la Lengua, son tareas difíciles de emprender, y alguien, un verdadero artesano del lenguaje, deberá hacerlo. Proteger entonces las palabras, es también proteger la cultura y la vida misma. Pues las palabras son nuestra vida; son la vida misma... y cuidarlas no es inmovilizarlas, nos es congelarlas en el tiempo; por el contrario, es darles libertad, vitalidad, vida, uso y exactitud.
Por tanto, este libro, El Tribunal del Idioma, construido por un artesano de la lengua, se convierte en uno de esos imprescindibles textos de uso, consulta y referencia obligada para la academia, para los periodistas y en general para todos los felices interesados en el manejo y cuidado idóneo de lenguaje. Su valor está en la preocupación por preservar viva y vital la palabra. No cumple con la función exclusiva de un diccionario, en donde las palabras en su soledad, en la exactitud gramatical no dicen nada, están casi inmóviles, no comunican nada y significan muy poco fuera de un contexto comunicativo. Su intención es más real, práctica y pedagógica: pensar sobre la construcción lógica de las palabras en un texto y en un relato dinámico; indagar sobre el sentido mismo de la palabra-valor dentro un escenario narrativo móvil, y, a su vez, entregar al lector y al hablante sencillas y útiles claves para el uso correcto del idioma, el lenguaje y el habla. Sus recomendaciones, siempre actuales, sirven tanto para construir un texto formal como para elaborar el más coloquial de los discursos. Su inquietud no radica solo por esculpir de la mejor manera palabras, frases y oraciones; busca, además, que las palabras o las frases sean una talla estéticamente bella, dinámica, libre y comunicativamente eficaz. Su trabajo, como el mejor de los artesanos del lenguaje, consiste no solo en reconocer y diferenciar los buenos materiales, sino en contar con las mejores herramientas para hacer de las palabras su mejor talla...