El autor, Noel Fernando Mejía Mejía, es Docente de la Carrera de Educación Física (Universidad Nacional Autónoma de Honduras). Licenciado en Educación Física con orientación en docencia. Master en Actividad Física y entrenamiento Deportivo. Doctorando en Actividad Física y Deporte (Universidad Iberoamericana de México). Docente investigador con especialización en investigación científica y estadística. Coordinador grupo de investigación científica Ciencias Aplicadas al Deporte, de la Carrera de Educación Física (UNAH). Especialización en evaluación, planificación y biomecánica deportiva. Miembro de la Red Global de Educación Física y Deportes. Miembro de la Sociedad Internacional de Biomecánica. Miembro de la Asociación Científica Internacional de Educación Física. Sin lugar a duda, el movimiento es uno de los factores que definen y determinan la evolución de la condición humana. Tal cualidad no solo permite cubrir las necesidades básicas para la supervivencia (alimentación, refugio, reproducción, ocio, defensa), sino que potencia el desarrollo de las capacidades intelectuales y emocionales de la especie humana.Estos dos aspectos (intelecto y emoción), hacen más que justificable el estudio del movimiento humano. En ese sentido, la aplicación potencial, como lo explican Schmidt y Lee (1999), de dicho estudio se extiende a áreas como el deporte, la terapia física, la industria, el arte y aun el mismo lenguaje.
El hecho de desempeñar distintas tareas en las mencionadas áreas, implica un reto complejo para el cuerpo humano. Sin embargo, el ser humano es capaz de controlar y aprender una amplia gama, en volumen y complejidad, de movimientos. Todo ello a pesar de las características particulares del sistema neuromuscular, como son: la redundancia de las activaciones musculares, la no linealidad de la generación de fuerzas, y la muy escasa reproductibilidad de las acciones. Estas características, en principio limitantes, son en realidad salidas ingeniosas del sistema neuromuscular para la solución de situaciones complejas.
Desde inicios del siglo XIX, el estudio de la conducta motriz ha sido objeto del campo de lo que hoy se conoce como control motor; que básicamente, pondera dos objetivos:
1. Control motor: busca comprender los procesos fisiológicos que desencadenan las distintas interacciones entre los tres niveles (médula espinal, tronco encefálico, corteza) del Sistema Nervioso Central (SNC), responsables de la conducta motriz, y su conexión con las características mecánicas del aparato osteomuscular.
2. Aprendizaje motor: persigue la comprensión respecto a la adquisición de los movimientos a través de la práctica; y cómo los elementos genéticos, ambientales y psicológicos condicionan el aprendizaje de las habilidades requeridas en el óptimo desempeño de las diversas actividades del ser humano.
