Son las memorias de Pepe Vargas, el tercero de cinco hijos de una pareja de campesinos analfabetos. La vida de aquel niño fue de trabajo y más trabajo; no conoció ningún juguete.
Él descubrió que era mejor estudiar que trabajar y vio en esto la manera de liberarse de la esclavitud a la que estaba condenado. Sin dejar de apoyar a su padre y con la mentoría intelectual y moral de don Raúl y doña Lucila -patriarcas de una familia numerosa e itinerante que llegó a su pueblo y lo adoptó como a un hijo-, logró salir de la paupérrima situación que lo embargaba.
Después de recorrer casi todo el país como vendedor ambulante, rompió las cadenas que lo ataban a Colombia y se fue para Argentina; allí encontró que era a donde quería vivir para siempre. Viajó por gran parte de Chile y vio de cerca los estragos de la dictadura del general Pinochet. Vivió la gran conmoción político-social de la pre-guerra sucia que desató la dictadura militar en Argentina, mientras se hacía abogado. La suerte le acompañó y pudo escapar en un barco de carga, rumbo al puerto de Tampico en México, pero por ser colombiano, sólo pudo llegar hasta Barranquilla.
Colombia no era el país en cual quería volver a vivir, pero tuvo que soportar la pesadilla de habitarlo por más de dos años hasta que logró volver a salir; subsistió como catedrático en varias universidades y como vendedor ambulante. Después de atravesar Centroamérica llegó a México donde vivió casi un año; allí mantuvo una actividad político-académica muy intensa, la cual incluyó un proyecto con Gabriel García Márquez, el cual terminó siendo un aborto.
Salir de México fue una necesidad y -a pesar de su ideología izquierdista- se decidió por los Estados Unidos. Quería aprender el inglés, en Los Ángeles, luego de casi un año de estudiarlo llegó a la conclusión de que necesitaba enrolarse en algo académico que le permitiera un manejo fluido de la lengua. Se trasladó a Chicago, empezó a estudiar otra carrera universitaria; cinco años después se graduó de periodista y productor de cine y televisión.
Chicago no le brindó la oportunidad de hacer cine, que era lo que él quería. Entonces creó un Festival de Cine Latino, que ahora el más grande e importante de los Estados Unidos. Luego concibió el sueño, ahora proyecto, de construir el Centro Cultural Internacional Latino de Chicago para ofrecer una programación multidisciplinaria y pan-latina dedicada a la promoción de la cultura iberoamericana con una gran variedad de actividades educativas y artísticas que incluyen música, cine, danza, artes visuales, comedia, teatro, y artes culinarias, etc.
Después de más de 35 años de trabajo cultural, aquel niño ahora tiene dos carreras universitarias, un doctorado honoris causa y múltiples premios y reconocimientos... Y aún goza de la vitalidad necesaria para transformar su sueño en realidad y construir en Chicago la que sería la meca de la cultura de los latinos en los Estados Unidos.