Tocando el tema de las mujeres y el sexo, Meredith Chivers estaba decidida a destruir los cimientos del mundo civilizado. Reglas sociales, listas de pecados, influencias inconscientes, todo esto tuvo que ser desechado. Ella dijo: "Pasé mucho tiempo tratando de regresar mentalmente a la vida que la gente llevaba en tiempos prehistóricos". Cuando conocimos a Chivers hace siete años, ella tenía unos treinta y cinco años. Llevaba botas negras de tacón alto, con cordones casi hasta la rodilla, y elegantes gafas rectangulares delgadas. El cabello rubio ondeaba sobre la capucha de su blusa negra. Era una científica joven pero ya famosa, especializada en una disciplina cuyo nombre, la sexología, parecía una broma, un desajuste entre prefijo y sufijo, primitividad y erudición. Siempre abordó el asunto con detenimiento y su rasgo distintivo fue la determinación. Chivers siempre ha intentado ser la mejor en su campo. Pretendía investigar a fondo el trabajo del alma, indagar en sus profundidades, donde no penetraba la influencia de la cultura, la crianza, todo lo previamente estudiado, y comprender la esencia femenina más secreta, un conjunto fundamental y original de verdades sexuales. Los hombres son animales reales. En materia erótica, consideramos que se trata de una especie de axioma psicológico. Los hombres son domesticados por la sociedad y se mantienen, en su mayor parte, dentro de ciertos límites, pero aún así esta sumisión no es suficiente para ocultar su esencia natural, que se manifiesta de diversas maneras: viendo películas pornográficas, relaciones sexuales promiscuas, codiciosos sin fin. miradas dirigidas a casi cualquier mujer que pasa ... Todo esto lo confirman innumerables datos de diversos campos de la ciencia: se cree que la mente masculina es fácilmente absorbida por las áreas más primitivas y menos desarrolladas de las neuronas cerebrales, que la evolución ha programado hombres de tal manera que inevitablemente sienten lujuria al ver ciertos datos físicos o proporciones. Por ejemplo, una figura femenina con una relación cintura-cadera de 0,7 parece inflamar a los hombres heterosexuales de todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Guinea-Bissau. Además, los dictados de la evolución hacen que los hombres aumenten una y otra vez las posibilidades de supervivencia de sus genes. Para esparcir su semilla lo más ampliamente posible, tienen que anhelar tener tantas mujeres con tales proporciones como sea posible. Sin embargo, ¿por qué no decimos que las mujeres también son animales? Los hombres son animales reales.