Ya sabemos que a veces el amor es un dolor lleno de hambre, una habitación sin ventanas donde asomarte a ver la lluvia, la ciega oscuridad de una casa vacía. A veces nos sale fuego disfrazado de luz, otras es la luz la que toma relevo al fuego; a fin de todo, quién sabe si es escarcha o son desiertos los que pisan tus pies o los míos.

La vida, como todo viaje, nos va transformando. Igual que pasa un tren, vamos pasando estaciones.
Algunos viajeros pretendemos arrastrar gran carga de equipaje y olvidamos los sueños, obviamos los paisajes y soslayamos momentos cruciales dispersos en señales de humo que nos encubren el verdadero canto a lo vida, que es vivirla. Nos olvidamos que este tren no hace escalas, que va de la montaña al llano y debemos estar atentos al silbato antes de que el cielo reviente y todas las luces de nuestra cabeza se apaguen del todo.

Mantener el corazón vivo. Conformar el puzle, desbaratarlo y construirlo una y cien veces para adaptarlo en todo momento a cada circunstancia y sin ideas fijas controlar los miedos, avivar el deseo, incentivar las motivaciones.

A veces nieve en tu jardín, a veces oscura ropa de invierno, a veces la canción de la luna con tu nombre espontáneamente ilusorio. A veces nos sale fuego disfrazado de luz, otras es la luz la que toma relevo al fuego; a fin de todo, quién sabe si es escarcha o son desiertos los que pisan tus pies o los míos. Es nuestro deber confirmarnos al mundo, soltar los pétalos sobre un sonido de campanas, inundarnos de sal y reclamar todas las monedas de la danza para expandir el mundo a nuestro antojo.

Somos un universo a veces en equilibrio, otras en desajuste, pero nuestros objetivos comunes nos ayudan a romper inercias tóxicas como la rutina o los malentendidos. A bocajarro y sin disimulos nos cantamos las diferencias abiertamente, también reconocemos nuestras mutuas cualidades y las decimos; y cómo no, cometemos actos de ternura, hacemos el amor y cada día es un nuevo comienzo, cada día el compromiso con nosotros mismos de reinventarnos, de salir de nuestra zona de confort y conquistar nuevamente nuestro pequeño mundo, el universo que nos forma y conforma.

Había que vivir despacio bajo el sol y la lluvia, pues todo era asombro de gestos y palabras, de indescifrables fines abiertos a nuestra historia como un cristal silencioso que renueva su luz y no olvida los versos que aprendimos en el arte de vivir que es, proclamado en ti, celebrar la vida.

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