La más bella de las parábolas pronunciadas por Nuestro Señor y recogidas por la pluma de San Lucas en el capítulo 15 de su evangelio es la conocida como "la Parábola del hijo pródigo", también llamada "La Parábola del padre misericordioso". Ambos títulos omiten lo más importante del mensaje de Jesús y es que ella aborda el tema de la debilidad que afecta a la humanidad a partir y como consecuencia del pecado original. Y lo hace con el santo propósito de ofrecerle una solución concreta, eficiente y definitiva: EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN.Si bien los primeros destinatarios de la parábola fueron los compatriotas de Jesús, somos nosotros, los bautizados, quienes debiéramos obtener el mayor provecho, nosotros quienes, precisamente, podemos acceder a este beneficio sacramental.La riqueza en enseñanzas que proporciona al lector atento esta parábola es infinita; baste mencionar (solo a manera de ejemplo) las siguientes:1 El sello que identifica a la humanidad como creatura amada por Dios es el libre albedrío sin el cual no nos sería posible acumular méritos para acceder al Cielo.2 El camino del hedonismo es de difícil regreso. La utilización de los dones recibidos de lo alto solo en beneficio propio, conduce necesariamente a una miseria espiritual que acaba en soledad insoportable.3 Una buena formación temprana ofrece una oportunidad vital a la conciencia adormecida por los vicios.4 No es suficiente el arrepentimiento. Es necesario levantarse y ponerse en marcha de vuelta para alcanzar el perdón.5 Emociona la manera en que Jesús nos explicita los sentimientos de un Dios que aguarda con la mayor de las ansiedades el regreso del pecador arrepentido.6 La confesión sacramental no es un derecho del penitente sino un regalo de Dios. Debemos ver al confesionario como la fuente de nuestra salvación y no como un lugar vergonzoso.7 Cuando la confesión es valedera, la reconciliación con Dios es total, restituye la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad.8 El pecador confesado borra de su alma el pecado y sus consecuencias, volviendo a participar de inmediato y en total plenitud del banquete eucarístico... del sacrificio del ternero engordado.9 No basta con el cumplimiento de los diez mandamientos de la ley de Dios; para ser y sentirnos bienaventurados, debemos a mar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo el espíritu y con todas nuestras fuerzas y tratar a nuestro prójimo como si fuéramos nosotros mismos.10 Dios ordena a sus ángeles de una manera personal y directa, pero a los hombres les habla a través de nosotros, los bautizados.El presente trabajo pretende ser el arado que prepara la tierra para recibir la semilla, música de fondo que facilite la apertura de la inteligencia a la acción reveladora del Espíritu Santo. Únicamente Dios puede llevar la cuenta de la inmensa cantidad de ideas que puede llegar a inspirar una parábola tan fecunda y exquisita.Deseo que le sea tan provechosa al lector como lo fue para mí su redacción.