Condado de Durham, Inglaterra. Año 1827.
Penelope Standeford lleva muchos años atrapada en un matrimonio que considera un infierno. La decepción y el maltrato sostenido en el tiempo la han sumido en el letargo. Procura tolerar los tragos amargos con la ayuda de frivolidades. A pesar de los golpes, en sus horas solitarias sigue soñando con la libertad, su bien más ansiado. El problema no es menor: es muy improbable que se conceda un divorcio solicitado por una mujer.
Desde que se asentó en Durham, hace un año, ha escuchado muchas veces hablar de un tal Edward Loring. De él se dice que es un hombre peculiar con un carácter fuerte, pero dispuesto a escuchar las causas justas. De él se dice que, para ser abogado, tiene demasiados escrúpulos. Ella no conoce muchos hombres con escrúpulos, pero poco pierde con intentarlo.
Quizás haga falta ablandarlo primero. Para ello tiene una mente filosa, una belleza extraña y sensualidad a raudales. Quizás el festejo pagano de Samhain, devenido en Halloween, sea un buen momento para comenzar.
Edward no está convencido de que esa dama valga poner su carrera en riesgo, haciendo algo tan osado como representar a una mujer en un pedido de divorcio. Pero lo envuelve el carisma del aura blanca que parece flotar alrededor de ella y dejarlo idiota, lo persigue su propio pasado, y quizás haga cosas que nunca pensó que haría.
Y, tal vez, las manos de Edward tengan más que ofrecer que escritos bien argumentados, y sus labios más para dar que oratorias con una retórica brillante. ¿Habrá otra oportunidad para un corazón femenino que cerró las puertas hace tiempo?
En la tercera entrega de esta serie de novelas cortas, Dorothy McCougney nos introduce en una historia sensual y agridulce, que recorre el camino de los ideales perdidos en la desesperanza amorosa.
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Algunas citas del libro:
El primer encuentro fue en la Noche de Cascar Nueces, como los campesinos llamaban a Halloween. Entonces aquella mujer, mitad verdad y mitad fábula, era una pura alegoría de la luna de Samhain.
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-No tengo nada. Solo tengo dinero. Quiero la libertad. La libertad lo es todo.
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La retórica del abogado se hizo trizas al estrellarse con la sombrilla de encaje blanco y aquellas caderas oscilantes. Su mente se quebró cuando le confesó que había puesto en él algo de su confianza; aunque quizás fuera una mentira, un truco más de mujer, de esos que muchas usaban muy bien.
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-Lamentarse nunca ha servido para nada. -Penelope elevó el mentón-. ¿Qué quiere, señor Loring? Puede decidir tomar partido o no, pero no se lamente. No hay algo que odie más en esta vida que una persona lamentosa.
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-Pero nunca seré una muñeca como las demás. Seguiré siendo una muñeca remendada.
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Su espiga de plata con forma de mujer, blanca y centelleante, se doblaba al calor de los besos en su vientre.
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-¡Es que el sistema es injusto! -Pero yo no hice el sistema. Yo solo juego en él. Y juego procurando conseguir los resultados más justos, o lo que yo entiendo como tal cosa.