Memorial dado a los profesores de pintura de Pedro Calderón de la Barca, publicado originalmente en Madrid el 8 de julio de 1677, es un profundo homenaje al arte de la pintura y a sus practicantes. En este texto, Calderón de la Barca, distinguido miembro de la Orden de Santiago, capellán de honor de Su Majestad y de la Real Capilla de los Nuevos Reyes en la Santa Iglesia de Toledo, reflexiona sobre la esencia y los orígenes de la pintura, celebrándola como una emulación casi divina de las creaciones de la naturaleza.
A través de un discurso elocuente, Calderón de la Barca contempla la capacidad única de la pintura para imitar las creaciones de Dios, retratando el ámbito visible, y aventurándose en la representación de las emociones humanas y el alma misma. Se maravilla de cómo la pintura en un simple lienzo puede evocar profundidad, distancia y emoción, capturando la esencia del universo y el espíritu humano con trazos de luz y sombra.
Este breve tratado también explora el génesis de la pintura, trazando paralelos entre la creación divina a partir de la nada y el surgimiento del arte a partir de simples sombras en la arena, refinado eventualmente por el ingenio humano en la práctica estimada que es hoy. Calderón de la Barca desafía cualquier noción que disminuya la importancia de la pintura, argumentando que su omisión de las artes liberales no resta valor a su nobleza, sino que subraya su supremacía, siendo un arte que utiliza y domina a todos los demás.
Además, Calderón de la Barca se embarca en un discurso sobre el lugar estimado de la pintura dentro de la sociedad, señalando su práctica por emperadores, pontífices y caballeros, subrayando así la esencia noble y liberal del arte. Afirma el aspecto divino de la pintura, recordando cómo Dios mismo "pintó" a la humanidad a Su imagen y, a través de iconos sagrados como el Velo de Verónica y la Sábana Santa de Turín, dejó a la humanidad con representaciones indelebles de los misterios divinos.
Memorial dado a los profesores de pintura es una defensa de la pintura como forma de arte, una celebración de su capacidad sin igual para imitar la vida, evocar emoción y trascender los límites entre lo físico y lo espiritual. Las observaciones perspicaces de Calderón de la Barca ofrecen una reflexión atemporal sobre el poder de la pintura para reflejar lo divino, para retratar el alma y para enriquecer la comprensión humana tanto del mundo natural como del celestial.