La imagen de una niña de cinco años orando al lado de su madre para que le den a su padre 20 puñaladas y le saquen las tripas, hiela el alma.
¿Cómo sería de profundo el dolor de esa mujer, que obligaba a su pequeña a que uniera su voz y su corazón a esa macabra plegaria elevada al Milagroso de Galú?
Esa misma pequeña, abusada durante cinco años por el maestro de lata, al filo de su niñez ya acumulaba tres intentos de suicidio. A estos habría que sumarle sus ideaciones suicidas frente a un estanque, de aguas profundas, que no se concretaron por la oportuna intervención de dos duendecillos, de mirada dulce y traviesa, que con sus dedos le decían a la niña, "nonononó, nonononó".
Por el ojo de una cerradura, la pequeña Lulú contempló, horrorizada e impotente, cómo un ejército de ratas dejaba en meros huesos a un recién nacido, cuya hermanita de seis años fue impotente para quitárselas de encima, a él y a ella misma.
Lulú sobrevivió a sucesos como estos y a familiares y seres cercanos a su hogar, que parecen sacados de cuentos extraordinarios. Propios y extraños, al leer estas historias tan llenas de horror, abrazarán a esta criatura que derrotó a la muerte, descubrió el auténtico amor al engendrar y cuidar a sus hijas y al resonar con su alma de mujer mágica.
Crueldad.
Inocencia.
Avaricia.
Abandono.
Dolorosas memorias de ancestros que se repiten, una y otra vez, hasta que alguien da un salto de cuántico y decide sanar esas heridas.
Escenas de acontecimientos extraordinarios que despiertan emociones duales en los lectores. El símbolo bien pudiera ser un abuelo, tacaño, con un banco en su propia casa, blindado con la amenaza a su mujer de que ni siquiera sus ojos podían ver esa bóveda repleta de dinero. Una esposa, sumisa, que se contagia de la curiosidad de sus pequeños hijos y pasa por encima de sus miedos para descubrir cómo su esposo había enjaulado la posibilidad de llevar una vida cómoda, por un afán de acumulación que nadie pudo descifrar.
Pequeñuelos, disfrazados de ladrones, que luego de asaltar el negocio de la mamá de Lulú se dedican a gozar de los vicios que aprendieron de quienes estaban ahí para amarlos y cuidarlos.
Magia, mucha magia en estas escenas que van mostrando el camino que recorrió esta mujer para sanar emocionalmente desde su conexión con la consciencia.
Lulú, en su adolescencia, odiaba el cuerpo que habitaba.
Odiaba a su madre.
Quería morirse.
Pero apareció un salvador que le dio una medicina que hasta entonces desconocía: el amor.
¿Qué clase de amor?
El amor de la desesperanza. El amor que nace de las entrañas del resentimiento y el miedo. El amor que se pacta con cruces de sangre, en un cementerio, teniendo como testigo a un amigo recién fallecido.
Y este amor, sin embargo, terminó conectando a Lulú con la Vida.
Le dio razones para vivir y para soñar que podía ir, saltando de nube en nube, hasta las puertas del paraíso.
El amante juvenil era el "Corrido".
¿Logró salvar a Lulú?