"Es como si la tradición viviente y los registros escritos del cristianismo hubieran desaparecido del mundo durante mil quinientos años, y solo nos quedaran algunos cientos de monumentos y las ruinas de unas sesenta iglesias. ¿Qué podríamos extraer de estas doctrinas de la fe? ¿Cómo, a partir de tan escasos restos, podríamos reconstruir la historia del dios, las doctrinas salvadoras, las liturgias?". - G.R.S. Mead, Los misterios de Mitra
En el Imperio romano temprano, cuando el cristianismo luchaba por afianzarse y sobrevivir en el espacio politeísta de la teología romana, sus principales rivales no fueron los césares o la aristocracia romana, sino la fe y la devoción del legionario romano común. La fe de estos hombres estaba centrada en el dios Mitra, quien, según creían, los conducía a la victoria en el campo de batalla, y así lo había hecho durante casi cuatro siglos.
A pesar de esta creencia generalizada entre los soldados, el culto a Mitra no fue una creación de los romanos, aunque ellos con el tiempo añadirían sus propios rituales y misterios a la antigua religión. De hecho, la religión mitraica fue una creación indo-persa, una teología que viajó desde Oriente al mundo helénico y romano por vía de la conquista del Imperio persa por parte de Alejandro Magno. Con el tiempo, el culto de Mitra se extendería por todo el mundo antiguo, y Mitra sería adorado desde las montañas de la India hasta las costas de España. Como resultado, el culto a Mitra podía, finalmente, encontrarse en todos los rincones del Imperio romano.
El culto a Mitra fue una de las muchas "religiones misteriosas" que adoptaron los romanos, varias de las cuales provenían de culturas fuera de Roma. Isis, una diosa egipcia, y Cibeles, una diosa anatolia, eran populares con las mujeres romanas, mientras que Mitra (Mithras), que era una variación del nombre del semidiós zoroástrico Mitra, fue popular entre los soldados romanos y la élite política durante más de 400 años. Dado que el culto a Mitra, al igual que todos los cultos misteriosos romanos, era de naturaleza esotérica, la naturaleza exacta de la influencia que otras culturas tuvieron sobre el culto continúa sin conocerse, pero alguna evidencia arqueológica ha llevado a los eruditos modernos a realizar deducciones informadas.
Algunos creen que la conscripción de soldados persas al ejército romano y el contacto continuo entre los soldados de Partia y Roma llevó a que algunos miembros de la siempre ecléctica sociedad romana adoptaran el culto directamente de la religión parta/zoroástrica (Clark 2001, 157). Esta parece ser la explicación más plausible, pero otros han argumentado que el culto a Mitra era en realidad una religión romana a la que se le dio una fachada parta, para hacerla parecer más exótica y así atraer a los romanos que estaban cautivados por la espiritualidad oriental (Clark 2001, 157).
La mejor evidencia para determinar los orígenes del culto a mitra pueden encontrarse en los muchos templos que los romanos erigieron para el dios por toda Europa. Estos templos, conocidos como mithraea, eran cámaras subterráneas donde tenían lugar los rituales secretos. La mejor evidencia de mithraea existentes son los relieves en los altares, que representan una historia gráfica mitológica. Los relieves de los altares por lo general representan al dios matando a un toro y, a menudo, acompañado por un perro que salta (Clark 2001, 158).
Las referencias a la teología zoroástrica son inconfundibles; la matanza del toro es similar a un relato del texto zoroástrico (el Bundahishen), mientras que los perros eran vistos como animales asha en la teología zoroástrica y como parte importante del ritual funerario (Clark 2001, 158). La detallada iconografía en los altares de Mitra sugiere que los inventores del culto a Mitra tenían más que solo un conocimiento superficial del zoroastrismo, lo que a su vez indica una proveniencia de la r