A pesar de la aversión del Papa a la gloria temporal, su autoridad tendió a llenar el vacío que quedó en Occidente cuando el último emperador romano de Occidente, Rómulo Augusto, fue depuesto en 476. El Papa seguiría haciéndolo hasta el año 800, cuando Carlomagno se dejaría coronar emperador de Occidente en Roma al recibir su corona del papa León III. Se creaba así la Europa moderna y culminaban dos siglos de política papal encaminada a asegurar su independencia del Imperio bizantino de Constantinopla.

A medida que Carlomagno continuaba gobernando, llegó a comprender que, con tantos pueblos y culturas diferentes dentro de su reino, necesitaba establecer su gobierno menos como un reino homogéneo y más como un imperio que exigía obediencia y cierta estandarización, aun teniendo en cuenta las diferencias de cultura y lengua. Se fijó en el único gran ejemplo que conocía y empezó a modelar su reino siguiendo el modelo de Roma.

Antes de la coronación de Carlomagno, no se había producido una ruptura formal con Constantinopla, pero el reconocimiento de Carlomagno pretendía asegurar el renacimiento del Imperio Romano en Occidente. Para el papado, el nuevo imperio, ahora comúnmente denominado Sacro Imperio Romano Germánico, aseguraba su independencia de Constantinopla, ya que el nuevo emperador había recibido su corona de la Iglesia. Los papas mantuvieron y seguirían manteniendo durante siglos que el poder imperial estaba en sus manos como herederos y custodios de la antigua Roma, y que habían delegado ese poder en el rey de los francos. El papado guardaría celosamente esta doctrina, y durante siglos sostuvo que ningún hombre podía llamarse emperador hasta que el papa hubiera colocado la Corona de Carlomagno sobre su cabeza.

Naturalmente, muchos emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico cuestionaron la interpretación que el Papa hacía de su autoridad, y las batallas entre papas y emperadores marcaron la historia europea durante gran parte de la Edad Media. El papa Gregorio VII (r. 1073-1085) declaró célebremente que el papa no tenía juez terrenal y que podía deponer a los emperadores y absolver a sus súbditos de los juramentos de fidelidad. Demostró este poder obligando al emperador Enrique IV, vestido de penitente, a esperarle en la nieve ante las murallas de Canossa, y al cabo de tres días el papa se dignó absolverle de la excomunión. Durante un tiempo, los papas fueron los amos de Europa, pero al final su poder se vio erosionado por la creciente ola de nacionalismo, la indiferencia religiosa y la propia corrupción del papado.
Como esto sugiere, el Sacro Imperio Romano Germánico fue una institución fascinante, así como una de las más desconcertantes y contradictorias. Era a la vez germánico y universal. Fue creado por la Iglesia católica, pero al final consagró la libertad confesional en su constitución. Era a la vez un imperio y un conjunto de principados y ciudades-estado vagamente federados. Era romano, pero con sede en Alemania, y durante la mayor parte de su existencia ignoró al Vaticano o estuvo en guerra con él. La Liga Suaba, una alianza de ciudades y estados del suroeste de Alemania dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, fue interesante en sí misma, tanto por la forma en que influyó en la política imperial como por el modo en que configuró la nación alemana y, por ende, la historia de Europa.

Hubo dos Ligas Suabas: la primera en la Alta Edad Media y la segunda durante el Renacimiento. La Reforma protestante rompió las alianzas en el siglo XVIth, y las divisiones siguieron influyendo en la historia de Alemania mucho después de la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico en 1806. De hecho, se puede afirmar que la Liga Suaba creó la nación alemana tal y como existe hoy en día, y su influencia perdura a través de los pueblos suabos autónomos que viven en el estado federal alemán de Baden-Wurtemberg