Se busca hombre inteligente de mediana edad, ampliamente leído y viajado, buen marinero, como acompañante-secretario para un caballero. Deberá estar dispuesto a vivir en el extranjero. Buen salario. Así rezaba el anuncio en el periódico con el que comienza la aventura que llevaría a Alleyne Ireland a entrar a formar parte del equipo privado de Joseph Pulitzer. Joseph Pulitzer (1847-1911) fue uno de los periodistas más destacados del siglo XIX-XX. Con 17 años emigró a Estados Unidos procedente de Hungría y sin apenas hablar inglés para incorporarse al Ejército de la Unión. Acabada la Guerra de Secesión, pasó por multitud de ocupaciones hasta acabar recalando como periodista en el Westliche Post. Más adelante fundó el St. Louis Post-Dispatch y después le compró a Jay Gould el New York World, periódico que le convertiría por fin en uno de los principales magnates de la prensa americana. Retirado de la profesión por una enfermedad que acabó dejándolo ciego, todavía tuvo tiempo para crear la primera Facultad de Periodismo (en la Universidad de Columbia) y promover los premios que llevan su nombre, que han logrado perpetuar su labor, aunque no tanto el conocimiento de su vida y obra. En mayo de 1904, en un artículo escrito para la North American Review en apoyo de su propuesta para la creación de una escuela de periodismo, Pulitzer resumía así su credo: Nuestra República y su prensa se elevarán o caerán juntas. Una prensa apta, desinteresada, generosa, con inteligencia formada para conocer el bien y con el coraje para hacerlo, puede preservar la virtud pública sin la cual un gobierno popular es una farsa y una burla. Una prensa cínica, mercenaria y demagógica acabará dando forma con el tiempo a un pueblo tan vulgar como ella misma. El poder de moldear el futuro de la República estará en manos de los periodistas de las futuras generaciones. Atrás habían quedado los feroces enfrentamientos con William Randolph Hearst por el favor del público que le granjearon la fama de populista y dieron nombre a lo que hoy se conoce como prensa amarilla. Quizá como resultado de esa experiencia, Pulitzer pasó sus últimos años de vida reflexionando sobre la profesión periodística, empeñado en hacer de ella un oficio respetable. En sus propias palabras: He considerado el periodismo no sólo como una profesión, sino como la más noble de todas las profesiones. El presente libro no es en modo alguno una biografía de aquel hombre extraordinario. Así lo expresaba Alleyne Ireland, el autor, en el prefacio de la primera edición del libro. En efecto, no se trata de una biografía al uso, y esa es su principal virtud. Son los recuerdos de uno de los pocos hombres que tuvo la oportunidad de entrar en la reducidísima esfera privada de Pulitzer, de conocerlo y compartir con él la intimidad de su vida a bordo del Liberty, el yate en el que pasaba la mayor parte del tiempo, pues, como él mismo corrigió con ironía a uno de sus secretarios que se había referido a sus amigos: Yo no tengo amigos; los muchachos del trabajo no me permitirían tener ninguno. Esto era en gran medida cierto; quizá lo más parecido a la amistad que conoció Joseph Pulitzer fue la relación con el selecto equipo de secretarios que formaban su personal privado, del que Alleyne Ireland fue una de las últimas incorporaciones. La aventura con Joseph Pulitzer descrita en estas páginas ofrece así un singular retrato que permite acercarse a la personalidad de uno de los hombres que dieron forma al periodismo tal y como hoy lo conocemos, con sus luces y sus sombras. El libro se presenta por primera vez en español en una edición anotada que incluye, además de las fotografías originales de la primera edición de 1914, ilustraciones y otras fotografías adicionales de los entornos y personajes mencionados a lo largo del relato.