Conocí a Alexis hace muchos años dentro de nuestra Universidad del Zulia cuando aún yo era una estudiante de la Escuela de Sociología y él de la Facultad de Humanidades. Ambos, aunque en diferentes espacios, éramos militantes del pensamiento de izquierda y estábamos convencidos de que el arte era una herramienta para la subversión y el despertar de una conciencia crítica. Conocí su lucha incansable por los derechos culturales y su trabajo apasionado por mantener viva la imaginación de los niños a través de su trabajo en el grupo de títeres "Chimpete-Champata" y su compromiso e identidad con ese proyecto cultural.También tuve el honor de ser su profesora en la Maestría en Historia en donde conocí su ruptura con la izquierda ortodoxa y su pensamiento crítico hacia ese pensamiento de izquierda y sus desviaciones hacia el totalitarismo. Así, "Ignacio, El Gato" es para mí la postura esperada, desde el Arte, de alguien que, como el autor de esta obra, no se rinde y sigue creando y recreando una postura crítica desde el campo institucionalizado y no institucionalizado de la cultura.Una postura creada desde el Insilio obligado del pensamiento al que está sometida la mayoría de los militantes del quehacer cultural y académico en nuestro país. El Insilio es el terreno que el autor encuentra como una fórmula para comunicar una realidad fragmentada y en contexto de un régimen político totalitario que nos retrotrae a la realidad de un país en donde, desde las esferas del poder, se intentan acallar las voces críticas. Desde el inicio del texto ya se entiende la intención crítica del autor a la realidad de nuestro país, Venezuela. Ignacio Arvelo llega a un pueblo sin electricidad, una especie de Macondo, que nos remonta a esa Venezuela rural en donde los mitos, leyendas y fantasmas aparecían en la oscuridad. Esa Venezuela que creíamos superada y limitada solo a algunos sitios rurales muy alejados del urbanismo, pero que lamentablemente hoy se extiende por todo el país. Un país sin electricidad, sin servicios públicos de ningún tipo, lleno de miseria, hambre y desesperanza.El autor mantiene una relación crítica y autocrítica para encontrarse a sí mismo en su relación con el arte y la política; relación en donde todo es cuestionable. Las conversaciones entre el bien y el mal, entre la existencia de Dios y la duda respecto a él, entre el creer y no creer, entre el conflicto ético de lo correcto y lo incorrecto, son algunas de las evidencias de este conflicto identitario. También, se evidencia la intención del autor de dejar en claro la convicción de que las palabras adquieren sentido, crean y recrean cosas a través de recursos discursivos y literarios. De esta forma el autor pone de manifiesto su capacidad creativa y da relevancia a la tradición identitaria creada a través del uso de expresiones del lenguaje popular y sus mitos y leyendas.Alexis habla con "Ignacio, El Gato" de otra de las características actuales de la identidad del venezolano: El temor, ese temor que todos los venezolanos vivimos frente a un régimen que trata de imponer la unilateralidad del pensamiento a través de la fuerza. Un régimen que atemoriza con el hambre y la negación de todos los derechos.Pero, a pesar del temor y la identidad cultural y personal fragmentada, en el contexto de la obra, surge la esperanza de acabar con la oscuridad. Así, en la segunda llegada de "Ignacio, El Gato" a otro pueblo, se produce su salida y desaparición debido a la determinación desafiante de la gente, quienes lo buscaban para pedirle cuentas sobre la desaparición de sus animales.Por último, Alexis se despide en su cuento con la idea de brindarnos otra esperanza, la esperanza de que es posible encontrarse y encontrarnos. Se despide de "Ignacio, El Gato" apelando a la expresión popular entre los venezolanos "Nos vemos en el espejo", expresión a la que yo agregaría: "Si logramos recomponer el espejo" en el Insilio y en el