Reflexionando en relación al tipo de persona que fui (el antes), hoy observe que estaba obsesionada con la idea de cambiar mi identidad porque deseaba ser cualquier otra menos yo, cuanto más trataba de alcanzar la felicidad, la libertad y la satisfacción, más infeliz, encerrada en mis problemas y limitaciones, insatisfecha y frustrada me encontraba. En aquellos momentos de "reflexión", lo único que crecía era mi enojo, ira e insatisfacción.
Con la rabia, miedo e indignación que implicaba salirme de mi zona de confort, puesto que no era mi elección ni deseo.
Sin embargo, las crisis logran que hagamos todo aquello que no estábamos dispuestos a hacer, que saltemos más lejos, que volemos más alto o bien, por el lado opuesto, que nos paralicemos, nos saboteemos o nos aplastemos con nuestros propios temores.
Una crisis es un momento decisivo, donde se separa el pasado del presente, se decide el futuro y se corta con cualquier cosa que nos impida llegar al objetivo que nos ocupa. Por lo general, las crisis - y sólo las crisis- nos despiertan de nuestro letargo, sacan nuestros mejores o peores recursos, nos muestran súbitamente nuestras limitaciones, desarrollamos el uso y manejo de capacidades y dones los cuales inconscientemente manteníamos resguardados celosamente hasta que la misma nos obliga a hacer uso de ellos, cargándose de gran energía y transformándolos en nuestros recursos prioritarios, alcanzando lo inimaginable.
Las crisis nos pueden proyectar del pasado al futuro con un salto cuántico de aprendizaje y crecimiento o simplemente extinguirnos como personas.
A lo largo de mi vida he experimentado muchas de estas crisis, hasta que tomé la elección de transformar mi relación con ellas, y hoy existe un "después" con un resultado extraordinario que es el eslabón de unión entre Dios y yo, que une y fortalece lo más preciado que la vida me ha dado.