Resulta difícil marcar la frontera entre erotismo y pornografía, labor en la cual han fracasado todos los sociólogos, pues parece ser más una cuestión de apreciación personal que general. Para algunos, el erotismo es "sano," es el motor que nos impulsa a sentir atracción por las personas, su piel, sus andares, sus palabras y su vestimenta. Para otros, es solamente un acercamiento a nuestro instinto animal; a ese impulso que la naturaleza nos ha puesto para perpetuar la especie. Lo cierto es que, en cierto modo, todos los seres humanos disponemos de numerosos recursos eróticos con los cuales queremos dejar bien clara nuestra condición de sexuados, de seres que reconocen la enorme importancia que las relaciones sexuales tienen en el bienestar físico y psicológico. La mujer sabe desde que Dios la puso en el Paraíso, que posee unas armas de seducción que le son dadas por naturaleza y las utiliza con suma frecuencia. Una mujer, por ejemplo, está manifestando el aspecto erótico de su personalidad cuando deliberadamente marca sus redondeces y enseña sutilmente parte de sus pechos, siendo consciente de que ese mismo atuendo pasaría totalmente desapercibido en una playa llena de gente. Paradójicamente, el mismo hombre que horas antes contemplaba con poco interés a esa mujer que lucía en la playa apenas un esbozo de bikini, queda entusiasmado cuando la mira de reojo en una cafetería en el momento en que ella cruza deliberadamente sus piernas para mostrarlas. Por razones extrañas, el impulso visual erótico se hace más intenso si miramos a la hembra cuando se desnuda delante de su amante y les podemos ver a ambos haciendo el amor con intensidad. En ese momento hay quien asegura que nos adentramos en la pornografía, un terreno en el cual, aparentemente, los sentimientos dejan paso simplemente al impulso sexual, sin más requisitos ni justificaciones. El cine no ha sido ajeno a esta diferenciación, y desde siempre ha marcado claramente la frontera entre cine erótico y pornográfico, no solamente buscando la clasificación para "mayores de 18 años," sino para buscar un público determinado. Lo curioso del caso es que el espectador también ha tenido clara la diferencia entre ambos estilos y parece ser que el erotismo ha ganado interés, tanto en calidad artística como en beneficios económicos. Ello ha ocasionado que nadie ponga empeño en realizar películas pornográficas de calidad artística, pues saben que el espectador solamente quiere ver en estos filmes a los protagonistas completamente desnudos, practicando el sexo una y otra vez, apenas sin justificación sentimental. Esa trampa ha sido la causante de su propio estancamiento artístico, aunque a los propietarios de películas pornográficas no les preocupa, pues el mercado sigue siendo sumamente rentable. Hay otro dato muy significativo, y es que las películas eróticas triunfan si el protagonismo lo llevan las mujeres, al menos en cuanto a desnudos se refiere. Afortunadamente ellas no tienen reparo en mostrar su bello cuerpo si "lo exige el guión," siendo todavía pocos los actores famosos que aceptan mostrarse desnudos, y no por falta de cualidades físicas. Ello ha ocasionado que el cine erótico esté centrado casi exclusivamente en el cuerpo de la mujer, y aunque los actores modernos se están incorporando a esta tendencia, apenas si les vemos fugazmente su trasero. Disculpen, pues, nuestras amigas y compañeras, si en este libro no hemos incluidos varones desnudos. Otra vez será.