En un día lejano, perdido en las brumas del tiempo, siglos y siglos atrás, en el norte de España, en Altamira, un hombre pintó bisontes y jabalíes en la tosca bóveda rocosa de una cueva; pero de los animales, según había observado, quiso reproducir el movimiento: y dibujó varias patas una al lado de la otra para que quien viera su obra notara el movimiento que había querido retratar. Ciertamente no asumió, el cavernícola, como un precursor del cine, ni que su obra precediera a los dibujos animados. Tampoco los que en los países del Lejano Oriente se iluminaban las manos y algún objeto sostenían en sus manos proyectando su sombra sobre paredes blancas, pensaban que siglos y siglos después, en cuartos oscuros, en pantallas blancas, otros proyectarían figuras en movimiento. Pero antes de llegar a espectáculos de esta naturaleza, se realizaron actuaciones de otro tipo en diversas ocasiones y en otras épocas. Titus Lucretius Caro en algunos versos de De Rerum Natura (65 a.C.) había enunciado una definición aplicable al cine actual, y había establecido embrionario, al describir las visiones de los sueños, el principio de la persistencia de las imágenes en la retina del ojo. . Sueño, magia: las palabras se repiten más de una vez a lo largo de los años. Leon Battista Alberti se dedicó a proyectar objetos sobre un fondo, con fines artísticos, y propuso sus experimentos a Leonardo da Vinci; describió los principios de la cámara oscura; y otros más tarde escribieron al respecto: el veneciano Daniello Barbaro en Pratica della Perspective (1568) y Giovanni Battista della Porta en el segundo libro de Magia Naturalis (1588-89). Fue acusado de brujería. Se llamaba magos y hechiceros a aquellos que trataban estos temas en sus libros. Y así parecían cuando, a un público poseído por el miedo, proyectaban visiones diabólicas. Así lo hizo Athanasius Kircher que narra las representaciones que instituyó en el Colegio Jesuita de Roma en Ars Magna Lucis et Umbrae (1646). Las representaciones de Thomas Walgenstein, un ilusionista y malabarista danés que presentó su "linterna aterradora" a media Europa (alrededor de 1665) fueron consideradas mágicas. Y mágicos también fueron los espectáculos de Etienne Gaspard Robert conocidos como Robertson, que alternaba una ascensión aerostática con una proyección de su Phantascope (1799). Entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX las representaciones de fantasmagoría no fueron pocas y todas rodeadas de un aura misteriosa de magia. Mientras tanto, mientras se proyectaban imágenes aterradoras en salas de diferentes tipos, los laboratorios comenzaron a estudiar los medios para sensibilizar las placas de vidrio; del inglés Thomas Wedgewood (1802) al francés Joseph Nicephore Niepce y Jacques Louis Mandé Daguerre. Los dos caminos que iban a conducir al cine, el movimiento y la fotografía, permanecieron separados durante muchos años. En 1825, Peter Mark Roget publicó una nota, extraída de una conferencia que dio a la Royal Society británica, en el que declara los resultados de la persistencia de la visión de los objetos que se mueven a través de una fisura: "Explicación de un engaño óptico en la aparición de los radios de una rueda vista a través de una apertura vertical". Radios de una rueda vista a través de una ranura vertical) . Luego comenzó casi una carrera hacia el cine sin que ninguno de los competidores predijera la línea de meta exacta. Unos en las máquinas para dar la sensación de movimiento, otros en las placas fotográficas que poco a poco se fueron haciendo más delgadas y más pequeñas hasta convertirse en película, cada uno dio su aporte al cine que estaba por nacer.