Un joven arqueólogo de nacionalidad belga llega a España para trabajar en la Diputación de Guadalajara. Su trabajo consiste en datar las ruinas y monumentos históricos, perdidos por la provincia. Concretamente, el primero de ellos, serán las de un viejo monasterio arrumbado y perdido en la montaña. Jonathan que así se llama el arqueólogo, llega a la aldea donde están las ruinas y tras preguntar por su ubicación, conoce a una serie de personas, todos muy mayores, y que lo acogen con suma cordialidad. Uno de ellos es Julián; un resiliente a quien la vida no lo trató todo lo bien que debiera y que está allí, posiblemente, intentando recuperar la paz que perdió y no ha vuelto a encontrar. Igual le ocurre a Isabel, su compañera, a la que conoció en Madrid y que al igual que él es también otra resiliente que intenta apaciguarse, aunque esta, es por los secretos que guarda en el corazón y nunca compartió con nadie.
En realidad, por parte de Jonathan, su estancia en España es debida al origen hispano de su padre. Eleuterio que así se llama su progenitor, aunque residente en Bélgica, es nacido en España; y al joven arqueólogo, sobre todo por esto, siempre le interesó cualquier cosa relativa a España. Así que, cuando se enteró que había salido una plaza de arqueólogo en la Diputación de Guadalajara, no se lo pensó y la solicitó; y luego, tras ser admitido, se vino para España.
De cualquier manera, Eleuterio nunca decía ser español. Según él era un apátrida, pues al parecer, no guardaba buenos recuerdos de sus compatriotas. Perteneció a la guerrilla antifascista y... puede que no saliera de España de la mejor manera.
Julián invita a comer en su casa a Jonathan y el joven de buen grado le cuenta todas estas cosas para muchos ya olvidadas, aunque no así para su padre; pero, tampoco, según Julián, para Eulalio, el dueño de las ruinas que debían ver, ni tampoco para su compañera Isabel. Puede que sean los únicos supervivientes en aquella aldea, que todavía no hayan conseguido recuperar la paz perdida, tras aquella contienda fratricida de 1936.
Finalizada la comida, era hora de subir a la montaña para ver las ruinas en cuestión y así lo hacen los tres, Jonathan, Julián y por supuesto, Eulalio como propietario de estas. Mientras suben, Jonathan intuye la presencia de su padre en aquellas montañas donde dice luchó contra el fascismo, aunque sin duda es debido tan solo a su estado de ánimo,
Por fin pueden ver y evaluar las ruinas del monasterio y hacerse una idea de lo que debió ser aquello en su día. A su vez, Eulalio les confiesa a ambos, que en realidad todo aquel complejo, fue adquirido por su abuelo tras una de aquellas desamortizaciones que los gobiernos liberales del diecinueve llevaron a cabo; pero que él dado el estado tan deplorable en que se encontraba todo, no podía hacerse cargo de su mantenimiento. Jonathan toma nota de lo que le dice Eulalio y finalmente deciden regresar a la aldea. Pero cuando llegan, la tarde ya va camino de su fin y Julián, dado lo tarde que es, casi obliga al arqueólogo a quedarse y pasar allí la noche. Isabel recibe de nuevo a Jonathan super bien; le cae bien el joven y en realidad le recuerda a alguien, pero no sabe a quién. Es en un aparte, cuando Julián le comenta a Isabel lo que el chico, libremente, le dijo al respecto del pasado político de su padre. Y es entonces, cuando los demonios ocultos de Isabel, amenazan con querer devorarla cincuenta años más tarde y comienza la verdadera historia.