Descubrí que durante la larga trayectoria de mi blog -Caminar cada día- habían ido apareciendo por él una respetable cantidad de hombres y mujeres vinculados a la montaña, lo que me ha hecho pensar que lo mismo merecía la pena valorar la posibilidad de reunir ese material y hacer un libro con ello.
En fin, que me puse a mirar por ahí, hurgué en el fondo de la memoria de mi blog y me salió material suficiente para llenar un respetable volumen que sobrepasaba las trescientas páginas. Así que manos a la obra. Rebusca, sopesa, recuerda a los amigos, los libros que leíste con más fruición, los instantes en que algún alpinista te sorprendió con unas palabras, con una filosofía de la vida, aquello de "escalo para mi alma", que decía Kurtyca, por ejemplo, trata de seguir el rastro de quienes te animaron con su ejemplo a seguir persiguiendo sueños -ese agradecimiento siempre hacia Carlos, el incombustible vejete de los ochomiles-; en fin, recuerda a todos los amantes de la montaña de que en alguna ocasión has hablado y ponte a trabajar.
De allí salió en primer lugar, como no podía ser de otro modo, Carlos Soria que a lo largo de los últimos años me ha venido sirviendo de referente, una señal en el horizonte que me habla de los sueños que todavía puede engendrar la edad madura y de los placeres que se pueden seguir recolectando allá, en la montaña. De allí ha salido la fuerza imperturbable de una joven morena con apariencia de poquita cosa que ha recuperado con la elegancia de su filosofía el primigenio concepto de la aventura. Sí, Silvia Vidal. De allí ha surgido la mística de una relación con la montaña, el coraje de enfrentarse en soledad a los fríos y a la extrema dificultad en los parajes más inhóspitos del mundo. Renato Casarotto acompañado siempre por Goreta allá donde él había establecido la magnitud de sus retos desmesurados. De allí volvió a nacer Ueli Steck, el hombre fuerte, el hombre bala hecho a la medida de los tiempos en que la velocidad y las marcas se han convertido en la razón de ser. Apareció y tomó forma la robusta imagen de Hermann Buhl, aquel que tan pronto descubrió lo que significa vivir, lo que significa conquistar a cada paso la vida. "Hay que haber hollado el borde del abismo para saber cuán hermosa es la vida y cuán maravilloso el mundo". Recordé a Kurtyka quien en la historia de sus compañeros que le habían precedido en las grandes ascensiones contemplaba cómo éstos habían convertido sus vidas en obras de arte. Pensé en Kukuczka, esa obsesión permanente, y en ocasiones poco juiciosa, para quien luchar contra su propia debilidad constituyó hasta su muerte un reto esencial. En Alex Honnold, quien convertiría la intimidad de sus atrevidas escaladas solitarias en espectáculo público. Recordé a Ramón Portilla con su corpachón sencillo de hombre de barrio al que la belleza de las montañas embaucó al punto de hallar en ellas el sentido de la vida. Me fue inevitable encontrarme con Nives Meroi y Romano Benet esa pareja de italianos con los que enseguida sintonicé por la autonomía con que se movían por las cumbres del Himalaya y ese afán que Nives mostraba por tocar con las manos la belleza. Y cómo no, Fernando Garrido, la epopeya de su estancia en la cumbre del Aconcagua, su irrenunciable capacidad de resistencia al frío y a los elementos; la soledad, el silencio, ese candor con el que Fernando escribía cartas a aquella montaña intentando disuadirla de toda violencia, cartas que yo en algún momento pensé que en cierto modo eran cartas de amor. Hablar, escribirse con la montaña desde su más honda soledad, era algo que me conmovía.
En fin, que pasé unos días revisando y resucitando rostros y aventuras y que al final se ha concretado en este libro que tienes en las manos.