Todos hablan de su sonrisa
De la alegría que transmite, de la luz que irradia, de la sensualidad que desprende, de la fuerza que lleva dentro.
Labios que invitan, incitan, transportan...
Leonora volvió a mí por cosa del destino unos años después de terminar su carrera. Tenía unos veintitrés años, yo estaba cerca de los treinta y ocho. Yo seguía siendo un solterón solitario que disfrutaba con parejas ocasionales de gustos afines a los míos aunque sin poder encontrar a alguien con quien compartir mis tardes de café o mis madrugadas de insomnio.
No la reconocí cuando la vi, la joven mujer que entró en mi taller escuela en nada se parecía a aquella niña desaliñada. Ahora era una joven hermosa, sin maquillaje no lo necesitaba, solo un poco de labial que acentuaban sus carnosos labios y que hacían lucir su sonrisa y perfecta dentadura, llevaba puestos unos lentes que para mí gusto la hacían ver atractiva e inteligente, su cabello lo llevaba un poco alborotado por el aire lo que le daba un toque sensual, un vestido claro con puntos oscuros remarcaba su figura su 1.60 mts. estaban bien distribuidos entre unos sugerentes pechos, una cintura pequeña y un trasero que podría quitar el sueño.
No la reconocí hasta ver el verde de sus ojos.
Verde como el color de las alas de un colibrí, verde como el tono de las lagunas de montebello la tierra de Sabines, verde brillante como el de las hojas de la hierbabuena bajo los rayos del sol, un fino toque de amarillo como el de los girasoles con unos finos rayos naranja partían de la orilla de su iris buscando su pupila, una pupila negra como una aceituna en completa madurez. Hermoso y refulgente verde como el de las auroras boreales en los polos, y la mirada misteriosa e incomprensible de los felinos.
Era como caer hechizado bajo su mirada
Ahora la edad le ha traído carne a esos huesos flacuchos que tenía, trague saliva cuando cruzó las puertas con gran determinación.
-¡Buenos días profesor Ford! ¿me recuerda?