Se habían citado en los baños de un gimnasio. La morbosa satisfacción experimentada en los casos anteriores le hizo llegar antes de lo acordado y lo sorprendió en la ducha. Estaban solos, no desaprovechó la oportunidad. Se acerco sigiloso, con sus nervios bien templados. Una imagen vidriosa en su mente le generó la suficiente rabia para descargar certeros golpes en la cabeza de su víctima, sin que mediara compasión, todo bajo el imperio de la normalidad. Las cortinas que separaban la ducha cayeron con los golpes, también. Le observó con los últimos espasmos, tirado bocabajo, escurriéndosele la vida. Desvió la regadera para mirar el agua rojiza deslizándose por el resumidero. Se apoyó en su arma mortal con ambas manos, un tolete de grueso calibre. Un estremecimiento en todo su interior, seguido de un erizo en su piel, le hizo cerrar los ojos y respirar hondo, tan profundo que deseaba inhalar esa sensación y meterla a todo su cuerpo. Cuando ya no vio signos de vida en su víctima, se dio media vuelta y salió. "Se siente bien" -dijo para sí-. "No es igual golpear la cabeza de un gato o un perro". Lo sabía desde aquella vez en que, siendo un adolescente introvertido y debilucho, se vio obligado a pelear en el traspatio del orfanato donde creció. Ahí empezó todo. Un mes de febrero, en el que todas las caras del clima se pueden presentar en un mismo día y el viento, como caballero andante, se lía con monstruos de polución en el cielo y montones de basura en el suelo, los habitantes de esta ciudad fronteriza, fuimos sorprendidos por una variante de crímenes que apareció para darle otra sacudida a nuestra conciencia colectiva. Y vaya que dudé en utilizar esta palabra, porque si algo se había perdido aquí, era la capacidad de asombro. La muerte de un joven luchador amateur compitió por el rating con las cotidianas ejecuciones y delitos de toda índole. Lo destacado es que era el tercer caso en similares circunstancias y no habían pasado quince días entre el primero y el último, que apareció en la regadera de los baños de un gimnasio donde entrenaba. Con excepción del primero, el cual fue asfixiado, los demás presentaban huellas de golpes en la cabeza, por lo que se cree fueron sorprendidos o eran conocidos del asesino. No parecían tener conexión, pues todos fueron encontrados en lugares diversos y sin intención de ocultarlos. Sin embargo, había un patrón; eran luchadores con rasgos homosexuales, conocidos en el mundo de la lucha libre como exóticos.Dijo un poeta que, cada día es un pedazo de vida, en el cual se plasma una huella en el camino, que, a su vez, engrosa el volumen de la historia y ensancha el imperio del olvido. Esta ciudad está ensanchada por el abandono y avejentada. Su calvicie es evidente en las montañas, sus casas abandonadas, destruidas, evocan cicatrices de heridas que el tiempo le ha dejado y su asfalto corroído, de lágrimas y sangre transitado. Pero eso es cuestión de perspectiva, porque aún en lo alto de sus cerros pelones se yergue un mensaje blanco y lleno de esperanza. En sus plazas y monumentos hay evidencias de un épico pasado y en sus aulas aún hay remanentes de héroes enraizados.