La Guerra de 1870-1871 fue iniciada por una campaña de treinta días, completa en sí misma, y el autor debe alegar la unidad dramática del gran evento como una razón para tratarlo de forma separada. Aunque la base de esos éxitos ulteriores que permitieron a los alemanes proclamar al Rey del Emperador Prusia en Alemania, y hacerlo en el palacio de Luis XIV., Sin embargo, desde un punto de vista histórico, la sorprendente serie de batallas y marchas que terminó en la Inversión de Metz, y se puede considerar que la Capitulación de Sedan está separada, porque llevaron consigo la caída del Segundo Imperio. La Campaña de Sedan, a este respecto, es el suplemento de la Campaña de Waterloo; pero, por supuesto, no hay semejanza entre Napoleón III. y Napoleón I., ni en las condiciones políticas y militares y los resultados de las dos catástrofes.Los materiales a disposición de cualquier autor que se aventure a narrar la campaña son abundantes y, sin embargo, incompletos. La Historia de la Guerra preparada por el Estado Mayor alemán es minuciosa incluso para el cansancio, pero siempre debe ser la base auténtica de cada narrativa. Indescifrable para el público en general, es invaluable para el soldado-estudiante y para todos los que desean saber cómo es el ejército alemán y cómo libra la guerra. No es necesario decir que la narrativa del personal es la base de este libro, que es un esfuerzo por presentar su esencia en una forma sucinta y legible. Lamentablemente, las cuentas francesas no son precisas, por lo que es difícil comprender cómo pelearon sus batallas, y es imposible determinar con precisión cuál era su fuerza numérica en cualquier momento. La deficiencia es grave, porque estropea la integridad de la historia y frustra cada intento de hacerles justicia. Porque, si el Ejército, como Ejército, fue malgastado por comandantes incapaces, los soldados lucharon bien y no hicieron nada para derogar su antiguo renombre. Tuvieron que encontrar mejores comandantes, más numerosos y mejores soldados, y fueron golpeados, pero no fueron deshonrados. Se pierde toda la lección de la guerra, si se ignora el hecho de que el ejército alemán, de arriba a abajo, fue superior en todos los sentidos al de Napoleón III, y también más numeroso; y que lo que lo hizo superior fue el espíritu del Deber, usando la palabra en su sentido más elevado, que animó al anfitrión, desde el Rey, que era su brillante ejemplar, hasta el privado que estaba orgulloso de rivalizar con su Rey.El contraste, que exhibió esta guerra, entre los métodos franceses y alemanes de hacer y usar un ejército es tan violento que se vuelve doloroso e imparte un aire de unilateralidad a la narrativa. Pero los hechos deben ser expuestos, aunque la simple declaración sugiere parcialidad en el narrador. Sin embargo, he tratado de ser imparcial, y al dar lo mejor de mí, me ha resultado imposible leer la abundante evidencia de negligencia imperial, imprudencia e indecisión, sin sentir lástima por los soldados y la nación que tuvo que soportar las penas. El ejército francés ha sido remodelado y aumentado enormemente; la disputa secular entre Alemania y Francia aún está abierta; y algún día se verá si los republicanos, con los mismos materiales, han podido crear un ejército como los imperialistas no lograron producir. Ya sea que hayan tenido éxito o no, puede esperarse fervientemente que la profunda impresión que los ejemplos de minuciosidad, revelados por las guerras de 1866 y 1870, causaron en nuestro propio país nunca se borrará; y que el público insistirá en que nuestro pequeño Ejército, en todas partes, será tan bueno como el que cruzó la frontera francesa en 1870 y triunfó en la Campaña de Sedan.