Los antiguos mexicanos tenían un gran interés por el paso del tiempo, y lo reflejaron en un extraordinario calendario. Este calendario es exclusivo de Anahuac y fue empleado por todos sus pueblos durante toda su historia. Junto con el maíz y las pirámides, es uno de los elementos más característicos de aquella civilización. Se puede afirmar que Anahuac se extendió hasta donde llegó su calendario.
El calendario mesoamericano es más complejo que el que empleamos hoy, pues mide más cosas. El calendario cristiano, llamado "Gregoriano", solo pretende medir el paso del tiempo, pero el mexicano también mide el espacio y las órbitas de los astros visibles. Su punto de partida es una sincronización entre el Sol y la superficie de la Tierra, focalizada en la zona olmeca, a partir de la cual, se traza una retícula espacio-temporal que marcaba los límites de la zona nuclear de Anahuac.
Los ciclos del calendario se relacionaban con todos los aspectos de aquella sociedad: las fiestas y costumbres, los mitos y creencias, la producción agrícola, el nombramiento de los gobernantes y sacerdotes, el retiro laboral, la construcción de edificios, la planificación urbana y la atención médica. El sistema tenía un lado místico, pues servía para imponerle nombre a los niños que nacían, y para confeccionar los horóscopos personales. Además, las fechas eran dioses y los dioses eran fechas; y, como creían que las causas se repiten cuando regresan los ciclos, el sistema proporcionaba a los sabios una explicación del pasado y una base para elaborar profecías.
Esta investigación se basa en las fuentes documentales del México antiguo. Llamamos "fuentes" a aquellos documentos que contienen datos de primera mano, es decir, basados en la atestiguación directa de los sucesos o en el testimonio de aquellos que los vieron y se usaron los códices, esculturas, relieves, murales, vasijas y edificios, además de crónicas escritas por autores nativos en el siglo 16, bajo influencia cristiana, como Chilam Balam, Cristóbal del Castillo, Ixtlilxochitl, Tezozomoc, Chimalpahin y los informantes de Sahagún y Alarcón.
También se utilizan fuentes como las crónicas escritas por autores europeos que fueron testigos presenciales del funcionamiento de la sociedad prehispánica, como Landa, Sahagún, Durán, Cortés y Motolinia. A diferencia de los autores nativos, con frecuencia, estos no entendieron lo que veían, de modo que lo reflejaron en forma imperfecta y prejuiciada. Y no se omiten fuentes de la tradición oral de los campos de México. La tradición se considera una fuente, pues no es interpretativa, sino descriptiva. Contiene información valiosa, pero distorsionada por los siglos de aculturación cristiana. Es muy fácil de falsear, pues no se basa en documentos escritos, sino en la buena fe del informante, de modo que hay que tomarla con extremo cuidado.
Estamos seguros que este libro te aportará conocimientos valiosos de la gran civilización Mesoamericana tal y te será motivo de orgullo reconocer la grandeza de la civilización Mesoamericana reflejada en El Calendario de México Descifrado.
Frank Díaz, autor de esta obra, es antropólogo e investigador independiente de la cultura de los antiguos mexicanos, a la cual ha contribuido con varias obras y en esta plasma años de investigaciones que incluyen su convivencia con comunidades indígenas que subsisten en las recónditas sierras mexicanas, y su dominio de algunas lenguas básicas de la región, como el Nahuatl y el Maya.
Si logramos despertar en ti un gran orgullo, bien sea porque seas indo-americano, caucásico o cualquiera de las razas con la que se nutrió a través de los siglos, cual colosal choque de galaxias, América, nos sentiremos más que agradecidos.