En una noche sin estrellas, la oscuridad reinaba en la tierra mientras deambulaba por las calles desiertas de mi alma. Fueron tiempos difíciles, más aún, porque el camino se hacía difícil de distinguir entre tanta penumbra, tristeza y desesperación. Mi corazón pregonaba la amargura de circunstancia.
En una ocasión, en una de aquellas noches en las que las cosas suelen ser un poco más apaciguadas de lo normal, justo cuando aparecen suspiros de melancolía, producto de las lágrimas de un alma desolada. Pues sea así, que fue en una de esas noches en la que apareció una luciérnaga, su luz era simplemente fascinante, parecía una pequeña estrella iluminando todos sus alrededores. No podía dejar de admirarla y asombrarme, mientras cuestionaba el motivo de tanta belleza en aquel oscuro y funesto escenario.
Con una cálida sonrisa, me invitó a seguirla. Ella me guiaría hacia el camino que debía seguir y me indicó que me encontraba perdido, que estaba desviado del camino designado para mí. Lo más irónico, es que posiblemente me era tan necesario ese desvío, pero al final no pude encontrar el camino de regreso, y llegué cada vez más lejos de lo que tenía que abordar, de lo que debía de descubrir y aprender. Tal vez no supe seguir las instrucciones invisibles que nos da la vida.
Antes de comenzar el retorno, la dulce luciérnaga me dictó una condición: -debía seguir su luz con los ojos cerrados y confiar en ella-. No estaba seguro de lograrlo, me aterrorizaba por completo, pero mi corazón pedía a gritos irme de aquella tierra tan oscura y fría; acepté sin pensarlo un segundo más ya que dicen que cuando se duda por un tiempo prolongado, se pierde la confianza que se logró acumular por la adrenalina del momento, y por ende, la fuerza adquirida que mueve el cuerpo y el espíritu de una persona desahuciada.
En el fondo, no tenía nada más que perder. Me encontraba solo y había perdido las migajas de aquello que una vez tuve, incluso había olvidado los sueños que alguna vez me acompañaron en aquel viaje. Cualquier gesto o acción para tomar, era ya en su naturaleza, una forma de seguir adelante, porque de todos modos me encontraba caminando en la oscuridad, y cerrar los ojos no cambiaría el escenario.
Camine por largos días en el hostil amparo de la confianza a ciegas siguiendo aquel resplandor, que no era más que una esperanza que brillaba en mi corazón. Al principio, cuando cerré mis ojos, no podía ver la luz por más que lo intentaba.
Caminaba muy despacio y de forma torpe, aunque pensaba en darme por vencido, pero me convencía de hacerlo con más fuerza.
Poco a poco logré ver el resplandor, cada vez más brillante, en la oscuridad más profunda de mí ser.
Algunos días pensé, e incluso dudé en la posibilidad de abrir mis ojos en varios momentos, comenzaba a sentir una profunda desesperación, que luego se convertía en paz, y eso me inspiraba a seguir adelante, a seguir luchando.
En una ocasión, tropecé en un pequeño agujero que había en el camino y caí, desesperadamente intenté abrir los ojos pero mis piernas temblaron al levantarse, estaba agotado y sin embargo seguí resistiendo. Me aferré en aquel momento a la idea de que pronto acabaría todo, y fue entonces cuando comencé a ver su luz más fuerte y deslumbrante. Aún tenía los ojos cerrados y estaba seguro que todo aquello no era posible, que estaba imaginando aquella claridad.
En ese momento, aquel en el cual sentí la luz de las estrellas alumbrando el firmamento nuevamente, escuché la dulce voz de la luciérnaga:
-abre los ojos que has encontrado tu destino-.
......les cuento un sueño que tuve anoche,
y con algo más que mi corazón deseé tanto despertar...