Una inexplicable corriente de viento recorre el suelo de tierra del estrecho pasadizo, que parece no tener fin. Las vacilantes llamas de las antorchas instaladas en las ásperas paredes de piedra, que parecen papel de lija, crean sombras espeluznantes en el suelo de tierra. Se oyen susurros sin cuerpo que se entremezclan con el frío del aire enmohecido, lo que hace que a muchos se les erice el vello de los brazos. Lógicamente, esto no es más que un truco de la mente, pero los susurros se sienten indudablemente tangibles y reales, sobre todo teniendo en cuenta que el visitante se encuentra en compañía de miles y miles de cadáveres apilados en las paredes desde el suelo hasta el techo. Este tipo de imágenes es lo que suele venir a la mente cuando se mencionan las catacumbas romanas, pero estos cementerios subterráneos eran mucho más que eso.

A finales del siglo XVIII, cuando los disturbios políticos se agitaban en el corazón de París, los vecinos de los barrios que rodeaban los cementerios urbanos de la ciudad se enfrentaban a una crisis acuciante: el hedor putrefacto de los cadáveres en descomposición, muchos de los cuales eran probablemente amigos y familiares, se colaba en todas las casas y negocios debido al desbordamiento de los cementerios. Hacía tiempo que la población de la ciudad había superado la capacidad de sus cementerios centenarios, y las fosas comunes repletas de cadáveres permanecían abiertas durante meses, a veces más de un año, a la espera de que se unieran más cuerpos. En poco tiempo, las necrópolis llenas a rebosar derramaban los huesos en las iglesias vecinas.

Durante y después de la Ilustración, la ciencia era una herramienta popular, y muchos empezaron a cuestionarse los posibles perjuicios para la salud que podría acarrear ese deterioro continuo. Ante la creciente preocupación y el aumento de las quejas, el anciens regime de Francia tomó medidas para iniciar el largo proceso de trasladar los huesos viejos de las morgues y las tumbas antiguas a los kilómetros de túneles bajo las calles de la ciudad, ahora conocidos como las Catacumbas de París.

Sin embargo, mientras el gobierno francés daba este primer paso, estalló una revolución en todo el país, que en un principio trajo consigo cambios moderados antes de convertirse en un brutal Reinado del Terror por parte de los revolucionarios. El caos sería testigo de un aterrado retorno a una república más moderada y, finalmente, del ascenso de Napoleón Bonaparte; sin embargo, a lo largo de toda esta agitación, el tema de la reforma funeraria en París siguió siendo acuciante y la conversación comenzó a pasar de ser una mera cuestión práctica de espacio y salud a un debate que incluía a legisladores, sacerdotes, moralistas y ciudadanos de a pie. En pocas palabras, el gobierno recién formado tenía que decidir qué hacer con los muertos, sin importar la política.

Las catacumbas de Roma y París: Historia y legado de los osarios más famosos de Europa examina los orígenes de estas necrópolis, su evolución a lo largo de los años y el periodo de redescubrimiento que puso estos cementerios subterráneos en el mapa. Junto con imágenes que representan a personajes, lugares y acontecimientos importantes, aprenderá sobre las catacumbas romanas y parisinas como nunca antes.