En la historia de la guerra, sólo unos pocos hombres figuran en la lista de los mejores generales. Napoleón. César. Alejandro. A ellos siempre se les une Aníbal, que tiene la distinción de ser el único hombre que estuvo a punto de poner de rodillas a Roma antes de su declive casi 700 años después. Roma nunca sufrió una derrota más horrible en su historia que en Cannae y, de hecho, Aníbal casi reescribió el curso de la historia occidental durante la Segunda Guerra Púnica. Aún hoy se discute cómo llevó a cabo su magistral invasión de Italia a través de los Alpes. Dado que su ejército incluía elefantes de guerra, los historiadores siguen discutiendo sobre dónde y cómo cruzó exactamente más de 2.000 años después de que lograra aquella increíble hazaña.

Aunque los romanos se impusieron tras la Primera Guerra Púnica, Aníbal puso de rodillas a los romanos durante más de una década en la Segunda Guerra Púnica. Aunque los historiadores militares todavía se sorprenden de que fuera capaz de mantener su ejército en Italia, cerca de Roma, durante casi 15 años, los estudiosos siguen desconcertados por algunas de sus decisiones, como por qué nunca intentó marchar sobre Roma en primer lugar.

Mientras Aníbal había estado en Italia, a la oligarquía cartaginesa, en particular a los Ciento Cuatro, una federación de poderosos comerciantes, y al principal rival político de Aníbal, Hanno el Grande, les había resultado relativamente fácil marginarlo. Durante años, su partido político, los Bárcidas, había luchado por obtener siquiera una cantidad simbólica de fondos y tropas para su empresa, pero la llegada de Aníbal a la escena cambió todo eso. Incluso sus rivales no podían negar el simple hecho de que, dejando de lado todo lo demás, el hombre podía librar una batalla como ningún otro general vivo. Con Roma amenazando con una invasión, Aníbal se convirtió de repente en el héroe necesario del momento. Reforzando a sus mercenarios italianos con levas de África y Cartago, la élite gobernante cartaginesa invirtió desesperadamente el dinero que Aníbal había mendigado a lo largo de la última década para reunir una fuerza rasca capaz de presentar al menos una apariencia de fuerza contra el ejército de Escipión el Africano.

Aníbal no debió de emocionarse al ver las molestias que se tomaron los cartagineses para reunir un ejército que, de haberse salido con la suya años antes, podría haber sido totalmente innecesario. Ciertamente, parece que se preparó para entrar en combate con menos ardor del habitual. A sus 45 años no era ni mucho menos un anciano, pero desde que abandonó Cartago había pasado prácticamente toda su vida adulta luchando, y la tensión empezaba a notarse. Según todos los indicios, no gozaba de buena salud y era propenso a enfermar. De hecho, en lugar de tratar de llevar a Escipión el Africano a la batalla, en 202 a.C. Aníbal se reunió con el general romano y trató de hablar de paz. El ejército que los cartagineses habían logrado reunir, por no hablar de la presencia del propio Aníbal, convenció a Escipión de que le convendría buscar una solución diplomática, y ambos iniciaron negociaciones, que se vieron favorecidas por el hecho de que ambos generales reconocían en el otro un espíritu afín. A través de las negociaciones, Cartago se vio obligada a ceder mucho, sobre todo teniendo en cuenta la lista de victorias de Aníbal, pero la estrella de Roma estaba en alza una vez más, y Aníbal sabía que no podía esperar ganar una guerra prolongada.

Aníbal aceptó las condiciones de Escipión: Cartago perdería la posesión de Iberia y las islas mediterráneas, renunciando a todas las reclamaciones de territorios de ultramar, pero manteniendo su centro y sus posesiones africanas, con la excepción del reino númida de Masinisa, que se había declarado a favor de Roma.