¿Qué tenemos en realidad en nuestras manos y de qué podemos hablar legítimamente? No tenemos obras antiguas: ni un Aristóteles, ni un Platón, ni un Homero, ni un Evangelio, etc. No tenemos obras antiguas. Todos nuestros materiales son de la temprana Edad Media y el primero de ellos es el códice vaticano del año 350, que contiene la Septuaginta y el Evangelio en una obra completa - nada debajo, nada alrededor. Entre Aristóteles y el primer documento material con su nombre en la portada, con siete siglos y medio de diferencia, etc., hay una diferencia de siete siglos y medio. La invención del libro es el primer códice y el primer gesto editorial que tenemos - no es un problema correlativo a la invención de la imprenta. Miré a la cara el antiguo vacío de las fuentes y saqué de él la decisión estratégica de no traicionar el vacío por medio de no sé qué "teoría"; me puse a la fecha de mis materiales -nuestras únicas fuentes- al negarme a dividir el problema del contenido, el fondo, la forma, la ciencia del diseño y el gesto editorial. He examinado la Septuaginta y el Evangelio juntos, posando en el 350, dando primacía al gesto editorial que representa el códice. He analizado la mutación que representa en relación con las mediologías que la precedieron y las implicaciones que se derivan de ella. De hecho, si un romano en el año 200 va a la biblioteca de Roma y pide un Homero - y sabiendo que no se le da ni el códice ni la obra completa porque aún no existe - ¿qué lee? ¿Quién lee a quién y qué? La revolución del códice, de la obra completa y de lo largo y complejo Relato construido desde la primera hasta la última línea, representan un cambio equivalente al que estamos experimentando entre el mundo del libro y el del mundo digital. Materialmente, por lo tanto intelectualmente, los Antiguos nunca pudieron leer lo que nosotros leímos. He hecho lo mismo con el Corán, excluyendo todo lo que no tenemos y que tal vez ni siquiera existía. He desestimado las leyendas y tradiciones, incluso las aprendidas; he desestimado todo lo que intentaba preservar la posibilidad de la fe dentro de la ciencia, y me he dado la razón de ser del conocimiento independientemente de todas las demás consideraciones. Por lo tanto, he estudiado el no narrativo que es el Corán y el Relato que es el Evangelio, tratando de recuperar la antropología de aquellos que los crearon: su relación con el lenguaje, con la escritura, etc. Los Relatos hablan por sí mismos: sobre sí mismos por sí mismos. Dan el método que permite descifrarlos desde dentro y la explicación del lenguaje que utilizan; dan su gramática, su diccionario y sus instrucciones de uso. Hablan de los problemas encontrados por sus diseñadores, por los equipos de profesionales - eruditos tardíos y medievales - en las obras de construcción. De este estudio se desprende que el Génesis es el Relato de la creación de lo propio Relato, por sí mismo; que el Evangelio es principalmente una estrategia de comunicación del siglo IV que, a través de un falso juicio, responde a una verdadera calumnia: la de la mala reputación que los cristianos arrastraron tras ellos durante la pax romana - responde a acusaciones infundadas y también se aprovecha de ella para resolver asuntos familiares; que el Corán, finalmente, lejos de ser alcanzado por un agudo acceso beduino, es el hecho de que los últimos académicos de Alejandría lo utilizan para arrojar luz metodológica y problemática sobre todas las obras escritas en lenguas no árabes que preceden al Corán, es decir, sobre la totalidad de nuestra biblioteca clásica, la que este medio ambiente técnico de profesionales de la palabra escrita concibió y creó entre 350 y 800, entre el advenimiento del cristianismo y el del Islam, y como consecuencia. Bajo el manto de los nuevos hegemonismos, los académicos nos han dado algo distinto de lo que se cree.