La lengua es un ente vivo que cambia constantemente hasta convertirse en como la conocemos en un período determinado. El tiempo se ocupa de que, como una esponja, vaya absorbiendo nuevos matices, creando nuevas expresiones y acuñando nuevos vocablos impensables hace tan sólo unos pocos años. Y es que la lengua se amolda a la sociedad en la que vivimos, lo que normalmente significa que genera mecanismos para que nos habituemos a los cambios, a veces grandes, a veces más pequeños, que siempre sufre.
Lo mismo ocurre con las expresiones idiomáticas, que adquieren caracteres al margen de su significado literal, unas veces simplemente porque así lo dicta la lengua hablada, otras influenciadas por la lengua literaria, otras por pura casualidad y otras porque, simplemente, se produce un proceso de evolución del que ni la lengua puede escapar. Cualquier ámbito es susceptible de generar nuevas expresiones, bien sea el trabajo, el ocio, la televisión, internet, los animales, los colores o cualquier otro de los cientos en los que nos movemos constantemente. Quizá sea por eso que leer una novela del siglo XVII conlleve dificultades añadidas a las meramente gramaticales o lexicales. Lo que era común en ese siglo, puede no serlo ahora, lo que nos deja en una situación de cierta incomprensión que solemos solventar a través del uso de un buen diccionario. Sin embargo, muchas expresiones y palabras de tiempos pasados aún permanecen en el lenguaje de hoy en día en mayor o menor grado, lo que suele indicar que esas expresiones se han quedado en la lengua y, probablemente, continuarán en ella por mucho tiempo más. Y estas características son comunes no sólo a una lengua específica, sino a todas las lenguas del mundo. Así, podemos estar seguros de que si la arena forma parte del hábitat de determinada lengua, habrá muchas expresiones idiomáticas que harán referencia a esa arena. Del mismo modo, si el entorno de determinado idioma es el hielo, podemos asegurar sin temor a equivocarnos que el hielo formará parte de muchas expresiones hechas en dicho idioma.
También se da el fenómeno contrario, es decir, que una serie de palabras y modismos sean comunes en un período determinado y pasen sin pena ni gloria por él hasta su completa desaparición. Esto ocurre más con el argot y las jergas juveniles siempre prestas a ser cambiadas por nuevas hordas de jóvenes que habrán de venir en tiempos ulteriores.
El caso de los animales, es algo que atañe directamente a todas las lenguas del mundo, con matices, obviamente, que dependerán del entorno natural, el tipo de fauna que se genere en la región donde se habla dicha lengua y poco más. Sería raro encontrarse expresiones que hicieran referencia a los dromedarios en el español al no ser este un animal propio de nuestro entorno. Igualmente, sería impensable encontrar expresiones relacionadas con los tucanes en una zona donde la nieve y el hielo ocupan la mayor parte del año su hábitat. Y así se podría decir de casi todas las regiones del mundo. Sería impensable que en un país tropical existieran expresiones que hicieran referencia al oso polar al no ser este parte de su entorno en absoluto. Pero lo que sí es cierto es que hay una serie de animales que se dan en casi todas las regiones del planeta y no sería de extrañar que algunas de las expresiones que siempre nos han parecido nuestras tuvieran equivalentes similares - incluso iguales - a miles de kilómetros de distancia, o que en distancias relativamente cortas haya diferencias notables con respecto al mismo animal, como ocurre con el gato, por ejemplo, al que se le atribuyen siete vidas en español, pero que tiene nueve según la cultura anglosajona...