Alacranes, arácnidos nocturnos de los que hasta ahora existían mil cien especies. Estamos en presencia de veintisiete ejemplares de la especie número mil ciento uno, aunque presentados en forma de texto gracias a la magia de la imaginación.
¿Por qué alacranes? Pues estos relatos, al igual que ellos, deambulan por la noche... Y si acaso llegan a aguijonear alguna piel sensible a no temer, no son venenosos, acaso puedan dejar algún amargo sabor de boca si no son bien masticados.
Muchos de sus personajes se agazapan tras oscuras convicciones, otros simplemente son arrastrados por vértigos extraños rayanos a la locura y, contadas excepciones, sus instintos suelen ser drásticos.
¿Por qué con crema sabayón? Es que no son tan fieros ni peligrosos como se podría pensar a priori. Una vez familiarizados con ellos hasta es posible que alguno nos arranque sonrisas; de seguro, jamás carcajadas.
Y sabayón pues... pues... ¿No es la crema más sabrosa? Está bien, lo acepto, en cuestión de gustos no hay unanimidad y además es el que había.
Así, entre truculencia, ironía y humor, transitan estas veintisiete historias de tópicos diferentes y, aunque algunas acaso estén referidas a circunstancias comunes como ser el fin del mundo, amores equívocos o crímenes, los tramas apuntan a muy diferentes realidades.
La mayoría son breves, meras instantáneas de situaciones comprometedoras, raras e imposibles, y la forma en que los actores las resuelven o las sufren.
Es de suponer que en general son buenos pues se establece, como intención del autor, que sea la lectura de este volumen la que incentive a los lectores a hurgar sus otros textos. El cretino no hace publicidad, ni convoca desde las redes a sus amistades a que gasten un duro en sus creaciones, sostiene que si valen por sí solos lograrán su propósito. ¿Dónde se ha visto? Hoy día que la gente no compra sino que acata y adquiere lo que le venden.
Pues sí, y así son estos relatos que estamos invitando a leer.

Trozo del relato Incertidumbre

La mujer llegó con el crío en brazos. No dejaba de observar al pequeño con suma ternura y andaba sin mirar el camino repleto de escombros. El hombre preparaba un vehículo y al notarla meneó la cabeza y maldijo:
-No podemos permitir que nos acompañe, con él tendremos menores posibilidades de sobrevivir -alertó.
Desde lejos el viento trajo rastrojos de olor a humo y podredumbre, también tenues sonidos lastimeros. Una explosión distante los sobresaltó y ambos vieron hacia la humareda que comenzaba a elevarse cien metros más allá.
Pese a la negativa del hombre, el polvo y los rasguños, fue palpable la candidez con la cual la mujer reflejaba su afecto hacia él. Amaba a ese hombre y no podía comprender cómo en ese momento lo había desconocido, no parecía ser el de siempre.
-Prefiero perder la vida antes que perder la humanidad -dijo ella, enfrentándolo por primera vez.
El hombre, algo perturbado por su respuesta se volvió a mirarla:
-¡Pura retórica! -dijo -¿De qué humanidad hablamos?
El rostro de la mujer no cesó su exhibición de ternura, acercó un par de centímetros más el niño al hombre. Luego, como si en medio de un yermo hubiese hallado una semilla y un cántaro con agua preguntó -¿Y si es hijo de Dios?
Antes que él dijera una nueva frase que los distanciara ella comenzó a explicarle las circunstancias en que había hallado al niño.
-Corrí junto a los paramédicos hacia los restos de las viviendas. Dudaba entre venir o acudir a socorrer a los heridos. Entonces...